Entrevista en periódoco "Cinco Días"
Las instituciones democráticas datan del siglo XVIII. Berggruen y Gardels proponen adaptarlas a las nuevas necesidades. Y que el modelo chino tiene elementos que aportar a este proceso
Nicolas Berggruen habla en presencia de Nathan Gardels
El inversor y filántropo Nicolas Berggruen (París, 1961), consejero del Grupo PRISA (editor de CincoDías), y el intelectual Nathan Gardels (Los Ángeles, 1952) sugieren en la obra que tanto las democracias liberales, en las que todo el mundo tiene voz pero impera el cortoplacismo, como lo que llaman "mandarinato moderno", caracterizado por la ausencia de libertad y la planificación a décadas vista, son sistemas que tienen que aprender el uno del otro. Un argumento que Felipe González califica en el prólogo de "provocador" y "estimulante".
Pregunta. Su libro apuesta por un entendimiento constructivo entre Oriente y Occidente. ¿Se puede interpretar eso como la refutación de las tesis de Samuel P. Huntington, que vaticinó en los noventa un inevitable choque de civilizaciones?
Nathan Gardels. Sí y no. La similitud entre los regímenes occidentales y el de China es que ambos sistemas están en crisis hoy en día. Europa tiene problemas de deuda y EE UU brega con el abismo fiscal. En China los problemas sociales son cada vez más evidentes, y crece muy deprisa la presión por abrir el espectro de derechos. Detrás de ambas crisis está lo que nosotros llamamos la transición de la globalización 1.0 a la 2.0. Es decir, la irrupción de las economías emergentes, básicamente China y Turquía, gracias al empleo de los medios tecnológicos desarrollados por los países ricos durante la primera globalización.
Nicolas Berggruen. En nuestra opinión, todo esto lleva a que el futuro más probable sea que, lejos de haber un enfrentamiento entre las distintas identidades, que es lo que vaticinó Huntington, habrá una asociación entre ellas.
P. ¿Cuáles son los puntos fuertes del modelo chino?
N. G. Está claro que no es ni mucho menos modélico: hay corrupción, no hay libertad, se recurre a la fuerza, no es limpio, etc. Lo que decimos, aunque no siente muy bien en determinados círculos, es que no se puede negar que el sistema chino funciona como forma de gobernanza. Obtiene resultados. Ha sacado a centenares de millones de personas de la pobreza, ha puesto metros debajo de las ciudades más grandes, ha desarrollado una red enorme de trenes de alta velocidad, la renta media de la población ha aumentado un 33% en la última década... Hay que reconocer que hay algo que funciona en ese sistema: son capaces de generar consensos, porque no hay voces discordantes, y de planificar a largo plazo. Hay una gran cultura de meritocracia. Los funcionarios están preparadísimos. Es imposible ascender en el partido sin haber demostrado ser eficiente en cargos de menor rango.
N. B. En Occidente se suele considerar también que China es una sociedad muy cerrada, cuando de hecho existen redes sociales en las que millones de personas critican a diario al Gobierno. Weibo tiene una enorme influencia. Queremos subrayar que no exaltamos al régimen, ni decimos que sea bueno o malo lo que hacen. Solo constatamos que su sistema tiene buenos resultados.
P. Su libro es muy crítico con las democracias liberales de hoy. Enumera las varias limitaciones del sistema. ¿Se podría haber escrito antes de que llegara la crisis de 2008?
N. B. Los principios de los que hablamos en el libro no son nuevos: la calidad de la democracia y su capacidad para gobernar sobre esferas como la financiera llevan mucho tiempo en entredicho. Sí que es verdad que la crisis ha sacado a relucir todas esas carencias. Cuando se está enfermo se exponen con más facilidad las debilidades propias.
N. G. Podríamos incluso decir que la crisis financiera internacional de 2008 es el resultado de las carencias del sistema. Por un lado tenemos el mencionado proceso de globalización 2.0. Europa tiene el 7% de la población mundial, produce el 25% del PIB mundial y acumula el 50% del gasto público planetario. Para mantener ese nivel de gasto necesitan obtener financiación de algún lado. Además, esa producción se mantiene con costes de producción de fuera de Europa, lo cual causa problemas fronteras adentro. Paralelamente, tanto en EE UU como en Europa hemos pasado de ser una democracia industrial a una democracia del consumo. Antes ahorrábamos más que gastábamos y empleábamos esa riqueza para edificar un sistema de bienestar. Ahora impera el cortoplacismo, tanto en la política como en el mercado. La gente quiere gastarse su dinero sin perjudicar su ahorro, disfrutar de privilegios propios de los países desarrollados pero no pagar impuestos. Ahora estamos viendo las consecuencias de este comportamiento, y en este sentido sí que el libro puede tener ahora más eco que hace cinco años.
P. ¿Es realmente factible que un sistema mantenga todas las garantías democráticas y al mismo tiempo pueda propiciar la generación de planificaciones a largo plazo?
N. B. Es muy difícil. Hace falta hacer cambios en el sistema, porque las elecciones marcan la pauta. Hay ciertas instituciones que son independientes a los procesos electorales, como el Banco Central o la Corte Suprema en EE UU. Resulta revelador que estos organismos tengan una aprobación ciudadana de más del 80% mientras que la Cámara de Representantes o el Senado solo lleguen al 10%. Eso demuestra que no siempre se tiene mejor consideración por las instituciones de cargos directamente electos. Hace falta institucionalizar la habilidad de pensar a largo plazo.
N. G. Nosotros apostamos por combinar los cargos electos propios de la democracia con la meritrocracia que tradicionalmente ha moldeado el milenario funcionariado chino. Los padres fundadores de EE UU se centraron en esta misma cuestión. Diseñaron las instituciones del país para combinar la representatividad y el poder de las monarquías de entonces. El Senado original de EE UU no lo elegían directamente los ciudadanos, sino los legisladores. Creo que el asunto clave aquí es la colaboración. La base de la democracia no consiste solo en tener elecciones, sino en que las distintas voces de la sociedad tengan representación y colaboren en el bien común. Nuestras instituciones fueron diseñadas a finales del siglo XVIII. Estamos en el XXI. Habría que intentar adaptarlas a los nuevos tiempos.
P. En el libro destacan la importancia de los lobbies . Señalan que los gobernantes no tienen poder real para incidir en todos los aspectos que afectan a los ciudadanos. ¿Cómo se puede combatir esto?
N. G. A ese fenómeno lo llamamos vetocracia. Hay muchísimos mecanismos, tanto en EE UU como en Europa, mediante los cuales los grupos de presión organizados inciden claramente en las decisiones que toman los Gobiernos. Pese a las masacres que se suceden en EE UU, influyentes lobbies como la Asociación Nacional del Rifle impiden que se tomen medidas en el control de armas. La imposición de Mario Monti como primer ministro italiano es otro ejemplo. Ese hombre pasó a gobernar Italia por decisión de Bruselas, de manera temporal y sin someterse a las urnas, para que se aplicasen unas determinadas políticas.
P. ¿Se puede tomar el caso de Monti como ejemplo de la introducción de la meritocracia en el sistema, uno de los preceptos por los que ustedes apuestan?
N. B. Lo curioso del caso italiano es que la persona que ha tomado las decisiones acertadas no fue elegido democráticamente, y sin embargo la gente le apoya. El público estaba listo para tomarse un descanso de la democracia. No propugnamos que se le retire el poder a la gente, ni mucho menos, sino que hay momentos y situaciones en las que hay que saber delegarlo. Y en esos casos la democracia no pierde brillo.