En Toraja conviven con sus
difuntos
- En esta remota región indonesia las familias esperan meses e incluso años a
- enterrar a sus muertos y, una vez en la tumba, los exhuman cada año
- para saludarles
A diferencia de otras culturas, la muerte es apenas una pequeña separación para los habitantes de Toraja, una remota región sureña de la isla de Sulawesi, Indonesia. “¡Te ves tan guapa!”, le dice Yosefina Tumanan a su cuñada cuando la ve después de exhumar su cuerpo, que lleva seis años enterrado. El esqueleto no responde. “A pesar de que ella no está aquí físicamente, todavía tenemos una conexión”, asegura la mujer a la agencia Reuters.
Mientras, varias familias se reunen en Loko’mata, una enorme roca en un valle brumoso de terrazas de arroz que alberga los restos de decenas de personas. Allí celebran el ritual del Ma’nene en el que las familias visitan las tumbas de sus difuntos, lavan sus restos y rellenan los ataúdes con objetos personales.
Los parientes hablan con los difuntos, les ofrecen comida y bebida, y los invitan a unirse a las
reuniones familiares
reuniones familiares
La gente de Tana Toraja, o la tierra de Toraja, en español, es en su mayoría cristiana, pero se siguen viejas tradiciones cuyas raíces se remontan a creencias animistas. Ello es común en Indonesia, un país mayoritariamente musulmán de 250 millones de personas, pero que también alberga grupos minoritarios que abrazan el hinduismo, budismo y otras creencias tradicionales.
En este rincón del Pacífico los difuntos son momificados y colocados en ataúdes ornamentados y pintados de colores. Allí pasan varios meses, incluso años, viviendo en sus propias casas, junto a sus allegados, antes de recibir un funeral y el consiguiente entierro. Los parientes hablan con los difuntos, les ofrecen comida y bebida y los invitan a unirse a las reuniones familiares.
Como si todavía estuvieran vivos. La línea que separa la vida y la muerte apenas existe para ellos.
Una vez todos los miembros de la familia tienen disponibilidad para acudir al entierro y consiguen el dinero suficiente para pagar la ceremonia fúnebre, entonces se despiden del cadáver. El funeral, conocido como el Rambu Solo, consiste en sacrificar a búfalos y cerdos en una fiesta con todo el pueblo como invitado. Los miembros de la familia derraman lágrimas por sus muertos mientras el ataúd es transportado en una caótica procesión hasta el lugar del entierro.
Ahora el gran reto es que las nuevas generaciones mantengan viva la costumbre centenaria.
“Cuando tenga un trabajo y gana dinero, no renunciaré a la tradición”, apunta Renolt Patrian, un estudiante de ingeniería minera de 21 años, después de visitar a su bisabuela, que murió el mes pasado, y todavía descansa en la casa de la familia.
Cuando tenga un trabajo y gana dinero, no renunciaré a la tradición”