PEKÍN.- Dos semanas después de asumir como presidente chino, en noviembre de 2012, Xi Jinping tomó parte de lo que pareció ser una operación fotográfica. Llevó a sus máximos lugartenientes al Museo de China, un inmenso recinto atiborrado de reliquias del glorioso pasado del país: soldados de terracota de Xian, estatuas esmaltadas de la dinastía Tang y los raros bronces de la remota dinastía Shang.
El nuevo rol del país no pasa desapercibido.
Hace décadas que Estados Unidos lo llama a involucrarse más en el mundo. Por lo
general, eso quería decir pedirle que ayudara a resolver las crisis
internacionales y que se convirtiera en "accionista", como se dice en
la jerga diplomática. Pero para sorpresa de muchos, luego de años de pasividad,
China decidió plantarse firme.
Pekín aplicó una política de hechos consumados para asegurar ciertos reclamos sobre aguas internacionales e islas lejanas a sus costas, construyendo arrecifes en las islas para luego decir que la zona económica que los rodea son aguas territoriales chinas.
China también comenzó a atraer hacia su órbita a
los pequeños países periféricos, a través de un opulento plan de
infraestructura llamado Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, que terminará
por equipar a regímenes que se alejan de la democracia, como Tailandia, Camboya
y Myanmar.
Esas ambiciosas políticas para dominar la región
tienen su correlato en estrictas medidas internas. Hace cinco años que Xi se
puso al frente de una feroz campaña contra la corrupción, que para el Partido
Comunista era indudablemente la mayor amenaza a la gobernabilidad. Pero también
usó el combate anticorrupción para marginar a sus rivales políticos.
Vigilancia
Esa estrategia se apoya además en un sofisticado
programa de vigilancia interna. A nivel nacional, la nueva y refinada política
de coerción ha servido para erradicar el disenso público. A los líderes chinos
siempre les molestaron las opiniones alternativas, pero en las librerías
pequeñas, los diarios regionales, los comités de expertos y durante un breve
período en las redes sociales se concedía cierto espacio a otros puntos de
vista. Ahora todos esos canales están cerrados.
Pero no todas estas cosas empezaron con Xi. La
expansión militar de China lleva décadas de paciente modernización. El cierre
de cuentas en las redes sociales también arrancó antes de su llegada al poder,
al igual que la creación de los comités de "mantenimiento de la
estabilidad" que ayudaron a sofocar el disenso. Y hay una cuestión más
abarcadora: China es un país más rico y más poderoso, así que bajo el mando de
cualquier líder Pekín inevitablemente habría dejado atrás su reticencia
internacional.
Pero Xi redobló la apuesta y ha tenido mucho más
éxito que sus predecesores para concretar el ideal de uniformidad ideológica
del Partido Comunista, al lograr que su gobierno sea mucho más que una
continuación directa de las administraciones pasadas. Contar con una fuerza
militar modernizada es una cosa, pero usarla es otra. Del mismo modo, la
severidad de la represión del disenso refleja claramente un enfoque de mano
dura. Antes en China había corrientes reformistas subterráneas: ahora se están
secando.
Xi abrazó el nacionalismo como ningún líder
chino desde la abdicación del último emperador, en 1912. Su gobierno defendió
casi todas las expresiones de la tradición... siempre y cuando le sirvan al
Partido Comunista.
Según sus propagandistas, Xi reescribió las
reglas de la diplomacia internacional, es una persona muy popular entre los
líderes de todo el mundo, y, por supuesto, es un hombre humilde y modesto.
Son calificativos que uno espera de líderes como
Vladimir Putin y Kim Jong-un, pero que son sumamente atípicos para un líder
chino. Desde la debacle del gobierno de Mao, en 1976, los presidentes chinos se
presentaban como modestos administradores. Y tal vez no sea coincidencia que
durante ese período de gobernantes anodinos, China haya obtenido sus primeros
éxitos en más de un siglo. Con tecnócratas de bajo perfil a cargo de un país
estable en un mundo relativamente en paz, China despegó.
Confianza
El nuevo giro de Xi es más riesgoso. A
diferencia de cualquier otro líder desde Mao, ha puesto bajo su órbita de
responsabilidad personal casi todas las áreas de gobierno, incluida la
economía, que antes solía quedar en manos del primer ministro o de los
especialistas. Xi no es Mao. Pero, al igual que Mao, es muy popular,
carismático y tiene una suprema confianza en sí mismo, rasgos peligrosos en un sistema
sin contrapesos.
Al menos en China, esa centralización del poder
nunca ha dado buenos resultados. Las reformas económicas han languidecido. Las
empresas públicas siguen absorbiendo capitales que podrían ir a sectores más
eficientes de la economía, los mercados financieros siguen siendo poco
transparentes e inestables, y el país sigue dependiendo de proyectos faraónicos
para fogonear una economía en franca desaceleración.
En términos más amplios, la decadencia acecha a
las instituciones chinas. En el pasado, se sobreentendía que el poder se
transfería suavemente de un líder a otro con una suerte de acuerdo tácito.
Durante un par de décadas, los congresos partidarios como el de inminente
realización era una muestra de eso, donde un líder anodino sucedía a otro, a
veces con una daga oculta en la espalda, pero siempre siguiendo un patrón
previsible.
Se suponía que este congreso, por ejemplo,
ungiría al sucesor de Xi, que recién tomaría el control dentro de cinco años.
Pero es improbable que finalmente suceda, lo que despierta dudas sobre quién lo
sucederá.
Todo esto obliga a especular sobre cómo
terminará el gobierno de Xi. ¿Será con un tercer mandato de cinco años, un
hecho sin precedentes? ¿O sólo conservará algunas funciones ceremoniales y
moverá los hilos desde las sombras?
La posibilidad de que dentro de cinco años Xi se
vuelva tranquilamente a su casa parece remota. Lo más probable es que tanto él
como el conjunto de su país sigan pujando por su lugar bajo el sol.
Un líder
influyente
Xi Jinping, presidente de China
Formación: ingeniero químico y doctor en
ciencias sociales
Edad: 64 años
Inicios
Hijo de uno de los fundadores y figura destacada
del Partido Comunista de China (PCCh), luego caído en desgracia, Xi debió
hacerse de abajo y subir lentamente los escalones del poder, hasta alcanzar la
presidencia, en 2013
Consolidación
En estos años, se consolidó como uno de los
dirigentes más poderosos de la historia moderna del país; uno de sus caballos
de batalla fue una extendida campaña contra la corrupción
Legado
El PCCh acordó enmiendas a la Constitución que
podrían incluir las ideas políticas de Xi, como ya figuran las de los líderes
históricos Mao Tse-tungy Deng Xiaoping
Traducción de Jaime Arrambide