martes, 24 de abril de 2018


Los colaboradores elitistas de China

En menos de quince años, China pasó de desempeñar un papel económico marginal en América Latina a ser uno de los principales inversionistas y
 socios comerciales de la región. Las élites a las que China corteja como
parte de sus esfuerzos por expandir su influencia tienen la responsabilidad
 de desarrollar una evaluación clara de los riesgos potenciales de los acuerdos.
Abril 2018
Los colaboradores elitistas de China
A comienzos de este siglo, cuando China lanzó su política de «salir afuera» -centrada en el uso de reservas de divisas para sustentar la expansión
 y las adquisiciones en el exterior por parte de las compañías chinas-, pocos esperaban que el país rápidamente se convirtiera en un actor económico
 principal en América Latina. Sin embargo, eso es exactamente lo
 que ha sucedido. La pregunta es si esto es bueno para América Latina.
En menos de 15 años, China ha pasado de desempeñar un papel
 económico más bien marginal en América Latina a estar entre
los principales inversores y socios comerciales de la mayoría de
 los países en la región, así como su principal prestamista y
constructor de infraestructuras. En tanto que sus planes económicos
 en América Latina avanzan sin problemas -una tendencia que,
al parecer, es improbable que vaya a cambiar en el corto plazo-,
ahora China ha fijado su interés en otro objetivo: expandir su influencia política en la región y más allá.
Por supuesto, la condición de China como peso pesado económico ya le proporciona un grado importante de influencia política. Pero el estado
 chino y el gobernante Partido Comunista Chino (PCCh) también h
an lanzado una estrategia más directa, coordinada y de amplio
alcance para expandir su poder blando.
Esta estrategia -más «incisiva» que «blanda» en la práctica- se centra principalmente en promover el compromiso, la cooperación y los
intercambios personales e institucionales con las elites latinoamericana
s en cuatro áreas principales: los medios de comunicación, la cultura,
el mundo académico y la política. Por ejemplo, China elabora
 contenido mediático que ofrece gratuitamente a medios locales,
 en China, crea alianzas con universidades y grupos de expertos locales y abre y opera Institutos Confucio, entre otras iniciativas.
Pero la herramienta más poderosa que emplea China es la diplomacia
entre personas (people-to-people diplomacy), mediante el cual China
 busca construir fuertes relaciones personales con individuos influyentes provenientes de distintos ámbitos de la sociedad. Con ese objetivo,
los líderes chinos invitan a China, entre otros, a personalidades políticas, académicos, periodistas, altos funcionarios y ex diplomáticos de
América Latina para participar en capacitaciones de varias semanas,
eventos académicos o programas de intercambio ad hoc o realizar
 actividades con sus pares chinos.
Esta «captura de las elites» no es insignificante. Según el presidente
 Xi Jinping, China capacitará a 10.000 personas influyentes
latinoamericanas antes de 2020. Es más, el PCCh se ha comprometido
a invitar a 15.000 miembros de partidos políticos extranjeros a China
para intercambios en los próximos cinco años, iniciativas en las que
muchos representantes políticos latinoamericanos ya han participado.
El objetivo principal de esta estrategia es garantizar que figuras
prominentes, entre ellas líderes actuales y futuros de América Latina- normalmente elegidas a mano por las autoridades chinas-, se pongan
del lado de China. En pocas palabras, ello implica que el régimen
autoritario de China está comprando de manera sutil y gradual a las
lites de América Latina.
Y el plan está funcionando. Los hoteles de lujo de cinco estrellas, la deslumbrante hospitalidad y el discurso y las agendas cuidadosamente
diseñados causan una impresión poderosa, hasta hipnótica, en los
 invitados extranjeros de China. Muchos de ellos regresan a sus países
creyendo que China es un actor esencialmente benigno y, por lo tanto,
que no tienen nada que temer por la presencia de China en sus países.
 Muchos llegan incluso a convertirse en defensores a ultranza de China.
Los elogios que hacen de Pekín -expresados a través de trabajos publicados, declaraciones públicas o comentarios privados- muchas veces se centran, lógicamente, en el éxito económico que se percibe en el país. Hablan con admiración de la transición económica desde el maoísmo al
«capitalismo rojo»; de su resistencia frente a la crisis financiera
 global de 2008; y de su irrupción quizá como el principal
ganador de la globalización. Y rinden también pleitesía a
China como una fuente valiosa de inversiones, préstamos y
oportunidades de mercado.
La experiencia de China demuestra, según muchos de esos
nuevos amigos del régimen, que el desarrollo sin democracia es
posible. Esa apreciación casi nunca va acompañada por un reconocimiento
 de los potenciales riesgos de una excesiva dependencia de China,
ni mucho menos de referencias a su sistema político autoritario o
al déficit en materia de derechos humanos.
Estos defensores entusiastas de China probablemente no querrían
 un régimen al estilo chino en sus propios países. Sin embargo,
al aceptar y hasta propagar el discurso patrocinado por el PCCh
 y al obviar cualquier análisis crítico, están contribuyendo de modo preocupante a una imagen imprecisa y distorsionada de China en toda América Latina. Por el escaso conocimiento existente sobre China, muchos en la región se informan a través de las mismas elites locales que los líderes de China están intentando atraer.
La sociedad, en América Latina y otros lugares, merece saber también el otro lado de la moneda. Deberían conocer la relación asimétrica que
 China tiene con muchos de sus socios comerciales y las duras condiciones
 de los préstamos chinos, que han dejado a muchos países inmersos en una situación delicada. Deberían también conocer la verdad sobre las condiciones laborales de los proyectos de China en el exterior, por no mencionar
su impacto ambiental y social. Y deberían estar al tanto de la
creciente represión a nivel doméstico en la era de Xi.
No hay duda de que China trae grandes oportunidades a América Latina.
Pero los riesgos no pueden y no deben ignorarse. Los periodistas, los académicos, los políticos y otras personas influyentes a las que
China está seduciendo tienen la responsabilidad de evitar quedar
cegados por la ofensiva seductora china, y de ofrecer un análisis
realista de los potenciales escollos de la relación. De lo contrario,
 América Latina pronto descubrirá que está pagando un alto precio
por su visión borrosa.