sábado, 5 de enero de 2019

El emperador Akihito se despide con un alegato pacifista

LA MIRADA DEL CORRESPONSAL


El emperador Akihito y la emperatriz Michiko, en el jardín del Palacio Imperial nipón, en Tokio. REUTERS

Akihito, el monarca de Japón, pronuncia su último discurso antes
 de abdicar en abril
Convertido en un referente moral, alerta contra el creciente ardor
militarista en la zona
Con apenas un hilo de voz y muy emocionado,
el emperador de Japón pronunció ayer su último discurso oficial
antes de que el próximo 30 de abril se haga efectiva su abdicación.
Cumplía Akihito 85 años y, con ese motivo, se dirigió una vez más
 a su pueblo, que sigue venerando a la familia imperial pese a que
el actual soberano ha sido el primero después de 2.000 años en ser
despojado del carácter divino que se atribuía a su figura.
La derrota en la Segunda Guerra Mundial, en la que las tropas niponas
 cometieron escalofriantes crímenes de lesa humanidad bajo las órdenes
 de un emperador considerado un dios -el padre de Akihito-, marcó
 el punto de inflexión definitivo en la historia del país del sol naciente.
Estados Unidos le impuso una Constitución pacifista -todavía vigente-,
pero se cuidó de no desmantelar el Trono del Crisantemo con la convicción
de que lo contrario era la única de las humillaciones que los japoneses
en 1945 no hubieran soportado.
Como en todas las monarquías parlamentarias, el emperador pasaba a
 ser un jefe de Estado ceremonial, sin poder político, aunque se
confirmaría en poco tiempo que MacArthur no se había equivocado al
 sostener que sólo él podía ser el pegamento y ejercer el liderazgo
necesario para un pueblo destruido que debía recomponerse de arriba a abajo.
Los horrores de la guerra atormentaron hasta su muerte a Hiroito
 y marcaron la personalidad de su hijo, Akihito. Hasta el punto
de que ha dedicado su reinado a ejercer como bálsamo
 para cicatrizar las heridas y a erigirse en apóstol del pacifismo,
en el que ha militado sin descanso.
En esa línea, volvió a centrar su mensaje de despedida en el valor
de la paz y de la memoria. "Es importante no olvidar que se perdieron innumerables vidas en la Segunda Guerra Mundial. (...)
Es importante transmitir la historia con precisión a las nuevas
generaciones. Me da consuelo que la 'Era Heisei' esté llegando a su fin, l
ibre de la guerra en Japón". Con su reinado, acabará el 30 de abril
 una era conocida como la de la paz y la armonía -a cada emperador
 le corresponde una distinta, que marca el inicio y el final de los periodos
 históricos por los que se rige el calendario. Con sumo cuidado para evitar mensajes políticos explícitos, Akihito lanzó así su indisimulada
preocupación por el creciente discurso militarista y ultranacionalista
en el país sostenido, entre otros, por el primer ministro, Shinzo Abe,
considerado por los analistas como un halcón político que intenta desde
 hace años reformar la Constitución japonesa para acabar con su carácter
 pacifista, lo que despierta grandes recelos en las potencias de una de las
 regiones más calientes del globo.
Akihito y Abe llevan desde hace casi un lustro encarnando las dos caras
de la moneda. Mientras el primer ministro no ha dudado en inflamar
el discurso derechista que tan buenos réditos le ha dado en las elecciones,
el emperador cada vez se ha esforzado más por ejercer un liderazgo moral
 y por trabajar para favorecer el acercamiento y el entendimiento entre
naciones vecinas que han vivido casi de espaldas por los recelos,
las deudas y los rescoldos aún humeantes de la Segunda Guerra Mundial.

El dirigente más respetado

En 2015, con motivo del 70º aniversario del fin de la contienda
, Akihito sorprendió al mundo con un discurso valiente que iba much
o más allá de la idea del perdón al expresar el
 "profundo arrepentimiento" por los actos de su país.
 ha llegado a tanto Abe. Y, de hecho, en los círculos políticos
ha empezado a dominar un discurso bien distinto, que podría
resumirse en la idea de que ya está bien de hincar la rodilla.
Akihito es hoy probablemente el dirigente que más respeto 
concita en la escena internacional. Encarna una rectitud,
 una bondad y un espíritu de empatía reconocidos incluso por
 los dirigentes de esos países que aún no han perdonado los horrores del ejército imperial en los años 40. Los viajes que han realizado desde su ascenso al trono en 1989 Akihito y la emperatriz Michiko han servido para recomponer unas relaciones bilaterales que, pese a estar lejos de normalizarse, se han suavizado gracias a la sabia, prudente y humilde labor del soberano. Desde la histórica visita a China en 1992 a los más recientes desplazamientos a las Islas Marianas, Palau o Filipinas, Akihito ha insistido siempre en el mensaje de perdón y de reconciliación, tan alejado del tono que en cambio acompaña al actual Gobierno nipón.
En lo doméstico, el emperador es símbolo de la unidad de Japón.
Un guía y un referente con poderes exclusivamente simbólicos pero
con roles muy importantes al frente de una sociedad que aún busca
 armonizar el progreso ultramoderno con ritos y tradiciones ancestrales.
Por ello, su decisión de renunciar al trono supuso un terremoto
social y político. Sin pronunciar la palabra abdicación, ya que no la
ontemplan ni la Constitución ni la ley por la que se rige la
casa Imperial, Akihito desnudó su humanidad en 2016 cuando expresó
su deseo de retirarse porque las fuerzas no le acompañaban. Sometido recientemente a una cirugía cardíaca y con un duro tratamiento para
combatir el cáncer que padece, a sus 85 años se convertirá en el prime
r emperador que abdica en más de dos siglos.

Ley sálica

Los debates políticos fueron interminables hasta que se dio con la
fórmula que permita al fin abandonar el trono a Akihito como un hecho excepcional. Pero este acontecimiento histórico no irá acompañado,
como buena parte de la sociedad japonesa esperaba, de más reformas
 legales que acaben con los mayores anacronismos de la familia imperial.
 Así, se mantiene la Ley sálica que no sólo impide a las mujeres
 sentarse en el trono o transmitir derechos dinásticos, sino que obliga
 a las princesas imperiales a abandonar la familia real cuando,
 por ejemplo, se casan con plebeyos. La mayoría conservadora en
el Parlamento no ha dado su brazo a torcer para que cambien las cosas,
 pese a que preocupa la misma extinción de la familia imperial,
en la que hoy sólo hay cinco varones -dos casi nonagenarios-.
El 1 de mayo Akihito será sucedido por su primogénito Naruhito.
Para la única hija de éste, en cambio, el trono está vedado. La igualdad
no ha llegado a la Corte del Crisantemo por el freno de una clase política
que no va sólo contra el tiempo sino también contra los propios deseos de un emperador que, en todo, ha demostrado un talante muy avanzado.